martes, 12 de agosto de 2008

La Fábrica


Últimamente tengo tiempo de pensar en muchas cosas. Algunas terminan en factores determinantes para ciertas decisiones y otras terminan en simples ideas que se van cuando cierro los ojos.

Hace unos días, conversaba con una madrugadora amiga por el Messenger, y digo madrugadora porque como muchos limeños, ella tiene la costumbre de acostarse tarde y levantarse muy temprano… hábito de gente responsable, hábito del que me paro deshaciendo cada cierto tiempo. La conversación oscilaba básicamente en un pequeño problema (digo pequeño porque grandes ya he tenido), un problema que para mi por la novedad de este asunto, se me hacia difícil, y necesitaba el punto de vista femenino si o si para intentar solucionarlo.

Entre posiciones, negaciones y muchos “te lo dije” de manera indirecta, decidí dejar de hablar de eso con un simple frase en latín, razón por la cual cada vez que la veo me sigue preguntando ¿Qué es NON BIS IN IDEM? (para ella es un simple proverbio y principio legal… para mi significa algo mas).

Ya habiendo desviado la conversación, no se en que parte (en verdad no me acuerdo) ella termina con la frase “deséame suerte”, a lo que yo respondí instintivamente con un “la suerte no existe, solo lo que hacemos o no hacemos”. Ella inmediatamente respondió dándome la contra, preguntado en base a muchos sucesos suyos ¿Cómo no puedes creer en la suerte?... tu dices que es lo que hacemos o dejamos de hacer, pero ¿Qué pasa con las cosas que están fuera de nuestro control? ¿Acaso tu puedes o no puedes decidir un terremoto? (di una carcajada que quedo off record en la conversación virtual, es lo bueno del Messenger).

Pero en un momento mi risa se detuvo, me acorde de un evento en mi niñez, mi edad, no mas de doce años, jugábamos con una pelota de tenis en el pasaje trasero de la residencial donde vivo y la pelota fue a dar al techo con calaminas de uno de los bloques de la fábrica que colindaba con el pasaje. En si, la pelota terminaba ahí cada cinco minutos, pero en esa oportunidad me tocaba a mí ir por ella. Trepe por la pared, y empecé a caminar en la calamina, y como mi lógica no era tan pulida como hoy en día, camine por el medio de la calamina, no tomando en cuenta el porque mis compañeros caminaban por el borde nada mas.

Parado en medio del techo escuche en crack a mis pies, baje la mirada y me percate de que una grieta se estaba formando alrededor mió, era como una caricatura en la que el coyote esta parado en la punta de un peñasco, este se va quebrando y antes de terminar levanta un letrero que expresa su descontento por el tremendo dolor que esta a punto de sufrir. Lo recuerdo como si hubieran sido minutos en los que se quebraba esa calamina, cuando en verdad fueron segundos.

Caí en dos oscuridades, la habitación y mi inconciencia; no puedo decir cuanto tiempo estuve inconciente, pero no fue un lapso tan considerable. Las voces de mis amigos me despertaron, me encontraba de espalda en un piso de tierra, podía ver el agujero por donde había entrado; me incorpore y me di cuenta que estaba en una habitación llena de maquinas de cocer viejas, oxidadas y grandes, una de esas maquinas estaba a mi lado, con un montón de puntas y manubrios necesarios para su manejo. La caída había sido de un piso aproximadamente y luego de sobarme la espalda un buen rato, me levante y busque la forme de salir. Mis amigos habían hecho un hueco cerca al muro, y como al parecer la habitación era un depósito antiguo, encontré maderas y cajones que utiliza como escalera para llegar al borde de la pared.

Lleno de tierra y heridas en los brazos me fui a mi casa, me bañe y nunca se lo dije a mi madre hasta hace poco. Acordándome otra vez de ese momento fue que mientras mi amiga seguía escribiendo en la ventana, yo me pregunte ¿Cómo no caí encima de la maquina y me rompí la espalda? ¿Cómo no caí en un piso de cemento y me fracture la espalda, la cabeza o alguna parte del cuerpo?

A simple vista la respuesta es la de todos… SUERTE. Suerte que no caíste encima de esa maquina, suerte que era piso de tierra y no de cemento, suerte que no te rompiste ningún hueso.

Para alguien tan testarudo, terco y picón como yo, eso no es suerte. Si no caí en esa maquina es porque no di un paso mas, ya que sentí que la calamina se comenzaba a quebrar, si no caí en cemento, fue porque si, porque el diseñador de la fabrica había dejado ese lado de la fabrica con tierra, si no me rompí un solo hueso, fue porque el piso era de tierra y porque… porque era un niño fuertecito… en fin.

No sueno convencido ¿no?, bueno… sigo sin creer en la suerte y el destino, creo mas en la causalidad, pero sucesos como estos me hacen pensar; creo que por eso no soy de recordar mucho este evento, me hace pensar en eso que no creo.

Jaaaa… Espero no dar con fábricas que quieran convencerme de lo contrario mas adelante.


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